Comentario
Cómo el Almirante partió de Cariay, fue a Cerabaró y Veragua, y navegó hasta que llegó a Portobelo, cuyo viaje fue por costa muy provechosa
Luego, el miércoles, a 5 de Octubre, se hizo el Almirante a la vela, y arribó al puerto de Cerabaró, que tiene seis leguas de largo y más de tres de ancho, en el cual hay muchas isletas, y tres o cuatro bocas muy a propósito para entrar y salir con todos vientos. Van las naves por estas islas, entre una y otra, como por calles, tocando las cuerdas de los navíos a las ramas de los árboles. Luego que fondeamos en este puerto, fueron las barcas a una isla donde había en tierra veinte canoas, y los indios en la costa, desnudos, como nacieron; sólo traían un espejo de oro al cuello, y algunos traían una águila de guanin. Estos, sin mostrar miedo, por mediación de los dos indios de Cariay, trocaron al instante un espejo que pesó diez ducados, por tres cascabeles; dijeron haber gran abundancia de aquel oro, y que se cogía en la Tierra Firme, muy cerca de ellos. Al día siguiente, 7 de Octubre, fueron a Tierra Firme las barcas, donde se encontraron con diez canoas llenas de indios, y porque no quisieron rescatar sus espejos con los nuestros, fueron presos dos de los más principales, para que el Almirante se informase de ellos, por medio de los dos intérpretes; el espejo traía uno, pesó catorce ducados, y el águila del otro, veintidós. Decían estos indios que a una o dos jornadas, tierra adentro, se cogía mucho oro en algunos lugares que nombraban; que en aquel puerto había muchísimos peces, y en tierra muchos animales de los que decimos haber en Canarias, y gran cantidad de alimentos usados por los indios, como raíces de plantas, granos y frutas. Los indios iban pintados de varios colores, blanco, negro y colorado, tanto en la cara, como en el cuerpo, y desnudos, con un pañete corto de algodón en las partes deshonestas.
De este puerto de Cerabaró pasamos a otro que confina con él, y se le parece en todo, llamado Aburemá; después, a 17 del mes, salimos al mar grande para seguir nuestro viaje, y llegando a Guaiga, que es un río, distante doce leguas de Aburemá, el Almirante envió las barcas a tierra, las cuales vieron más de cien indios en la playa; éstos les acometieron furiosamente, entrando en el agua hasta la cintura, esgrimiendo sus varas, tocando cuernos y un tambor, en ademán de guerra, para defender la región; echaban agua salada hacia los cristianos, mascaban hierbas y las escupían hacia los nuestros, que no se movieron, procurando aquietarlos, como se logró; al fin, se acercaron a rescatar los espejos que traían al cuello, cada uno por dos o tres cascabeles; se ganaron diez y seis espejos de oro fino, que valían 150 ducados. El siguiente día, viernes, 29 de Octubre, volvieron a tierra las barcas, para rescatar y antes que saliesen de ellas, llamaron a ciertos indios que estaban bajo unas ramadas que aquella noche habían hecho en la costa, para guardar la tierra temiendo que los cristianos desembarcasen para darles algún disgusto. Por más que los llamaron muchas veces, ningún indio quiso venir a las barcas, ni los cristianos salir sin saber primero el ánimo en que estaban, pues como se supo después, los esperaban con ánimo de embestirlos cuando bajasen de las barcas. Viendo que los nuestros no salían, empezaron a tocar los cuernos y el tambor; con mucha grita saltaron al agua, como el día antes, y llegaron hasta cerca de las barcas, haciendo demostración de lanzar sus varas, si los nuestros no se volvían a los navíos; de cuya actitud, mal satisfechos los cristianos, para que los indios no tuviesen tanto atrevimiento, ni los despreciasen, hirieron a uno en un brazo con una flecha, y dispararon una lombarda, de que cobraron tal miedo, que todos se volvieron huyendo confusamente a tierra; entonces desembarcaron cuatro cristianos, y habiéndoles llamado, dejando sus armas, vinieron hacia nosotros con mucha seguridad, y trocaron tres espejos, diciendo que no traían más, porque venían dispuestos sólo a pelear, y no a permutar.
El Almirante no cuidaba en este viaje más que de adquirir muestras. Por esta razón, sin detenerse, abreviando el camino, pasó a Cateba, y echó las anclas a la entrada de un gran río. Veíase que los indios se convocaban cor, cuernos y tambores, para juntarse, y después enviaron a las naves una canoa con dos hombres, los cuales, habiendo hablado con el indio que se había tomado en Cariay, entraron al instante en la Capitana, muy seguros; por consejo de dicho indio, dieron al Almirante dos espejos de oro que traían al cuello, y el Almirante les dio algunas cosillas de las nuestras. Luego que éstos volvieron a tierra, vino a los navíos otra canoa con tres indios, con sus espejos al cuello, los cuales hicieron lo mismo que los primeros. Trabada amistad, bajaron los nuestros a tierra, donde hallaron muchos indios con su rey, que no se diferenciaba de los demás sino en estar cubierto con una hoja de árbol, porque llovía mucho; para dar ejemplo a sus vasallos, cambió un espejo, y les dijo que trocasen los suyos, que, en todos, fueron diez y nueve, de oro fino. Aquí fue la primera vez que se vio en las Indias muestra de edificio, y fue un gran pedazo de estuco que parecía estar labrado de piedra y cal, de que mandó el Almirante tomar un pedazo en memoria de aquella antigüedad.
Desde allí pasó hacia Oriente y llegó a Cobrava, cuyos pueblos están situados junto a los ríos de aquella costa; como no salía gente a la playa, y el viento era muy bueno, pasó a cinco pueblos de mucho rescate, de los cuales era uno Veragua, donde decían los indios que se cogía el oro, y se hacían los espejos. El día siguiente llegó a un pueblo que se llama Cubiga, donde, según decía el indio de Cariay, se acababa la tierra de rescate, que tenía principio en Cerabaró y continuaba hasta Cubiga, en que hay cincuenta leguas de costa; sin detenerse el Almirante, navegó hasta que entró en Portobelo, al que puso este nombre porque es muy grande, muy hermoso y poblado, y tiene alrededor mucha tierra cultivada; entró en él a 2 de Noviembre, por entre dos isletas; dentro de él pueden las naves acercarse a tierra, y si quieren, salir volteando. La tierra que circunda este puerto es alta, y no muy áspera, bien labrada y llena de casas distantes unas de otras un tiro de piedra o de ballesta; parece una cosa pintada, la más hermosa que se ha visto,
En siete días que estuvimos aquí detenidos por las lluvias y malos tiempos, venían a los navíos canoas de todo el contorno a cambiar alimentos de los que ellos comen, y ovillos de algodón hilado, muy lindo, que daban por algunas cosillas de latón, como alfileres y agujetas.